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Fería de Almeria
Feria de Almería. Es difícil escribir sin apelar a la nostalgia. En esta pequeña ciudad del desierto y noticias de agencia, la raquítica feria y fiestas populares se erigían en el acontecimiento civil y pseudo religioso más ansiado y esperado. Marcaba el ciclo existencial del almeriense dando paso a los coletazos del verano, las madres recogían a sus mocosos de la playa del Cable Inglés o del Club Náutico mientras la traca final incluyendo al toro de fuego hacían correr a los mayores en el antiguo Paseo del Príncipe, Paseo de Almería o Tontódromo oficial de parejas aburridas. ¿Dónde vas? Paseo “parriba”, paseo “pabajo”. Feria de Almería. 20 de mayo de 1806. Santísima Virgen del Mar, Patrona de la ciudad, arrabales y cercanías a la misma. Decreto de la Congregación de Ritos bajo el papado de Pío VII. Ubicación en la Plaza de la Constitución en el siglo XIX. Plaza de los juegos de cañas, antiguo zoco, cementerio musulmán y corazón de la vieja y enferma ciudad. 1930. La Feria y fiestas quedan bajo la organización gubernativa local. República. Procesiones laicas con gorro frigio y traca. Dictadura. Folclore de pandereta y censura ocultando el hambre de la posguerra, la migración y desidia de una ciudad pobre que perdería su identidad en el desarrollismo de mediados de los años 60 y principios de los 70. La fiesta se traslada al Puerto de Almería y sus aledaños. Adolescencia perdida entre palmeras y montañas de sal. Los trajes de gitana estaban aún de moda y el vino fino regaba las gargantas. Mudanzas. Barrio del Zapillo y la Térmica. Después, Avenida del Mediterráneo (1991) y su flamante Auditorio Maestro Padilla (1992). Hoy y ayer. Nuevo recinto para la vieja Feria. Terrenos ganados y urbanizados en el río Andarax. Vega de Acá. Pabellón y recinto de los Juegos del Mediterráneo (2005)
Feria de Almería, hoy. Ayer fui a la Feria. Encontré, como siempre, los mismos problemas, la misma gente. Los vecinos mal avenidos de alguna manera están ahí. El civismo sigue siendo la asignatura pendiente de esta sociedad andaluza cobijada en una esquina de una extraña autonomía. No digo que el populacho tome militarmente la feria con su mal gusto, trajes imposibles reciclados de una boda o evento familiar o, simplemente como quien se mueve por su casa, chanclas y cucos pegados al cuerpo liberando las orondas barrigas de su enclaustramiento. No, no es eso. Tampoco me llama ya la atención la basura que tienes que esquivar del suelo, el olor macerado a orines en los lúdicos cruces, restos de comida, papeles y vasos de plástico o cartón. Tampoco la picaresca famosa de esta ciudad, pedigüeños, locos falsos, estafadores de poca monta, vendedores callejeros sin licencia… No, no es eso. Lo que más me incomoda en esta nueva etapa es lo siguiente. Veamos, ¿Dónde están los aparcamientos...? Se recicla el aparcamiento del Estadio de los Juegos del Mediterráneo a cuatro euros, oiga. Se llena rápidamente así que tienes que sortear atascos y señores con catadióptricos de colorines y llegar a explanadas ocultas entre los nuevos edificios que han terminado por hacer desaparecer la antigua vega. Eso sí, a tres euros el espacio. Deambulas entonces hacia los cacharricos con cierta ansiedad, el reciento ferial está cerca. Bueno, hay algo que no cuadra. ¿Dónde serán los fuegos artificiales...? Mire, a tres kilómetros y sin exagerar. Siguen rompiendo el cielo estrellado de la ciudad en la antigua Térmica. Si quieres verlos tienes que llegar a la mar. Pierdes algo entrañable, algo mágico aunque el espectáculo pirotécnico no es nada del otro mundo y, sin embargo, suficiente para el carácter agradecido del almeriense. ¿No sería mejor utilizar el espacio del río o habilitar una zona en el margen de la Vega de Allá? Has llegado y lo de siempre. Puerta monumental con bastantes bombillas fundidas, por cierto. Un pequeño detalle de reposición de luminarias. Al menos, la falsa puerta del Ayuntamiento de Almería está reconstruida no como la original aunque sea de mentirijillas con planchas de metal o aglomerado. ¡Empieza el espectáculo! Mucha comida eso sí. Prisas y nervios. Colas para sacar el ticket. Luego, morcilla fría en un pan duro y de ayer. No importa. Pimientos fritos y hamburguesas gigantes junto a esas patatas imposibles y ostentosas llenas de pringue. Placer culinario de dudosa reputación y asientos de plástico “pa que to el mundo vea los posibles de cada uno”. Más arriba, desterradas y silenciosas las casetas para mayores, familias y botellón controlado. Caminas unos pasos y se acaban; no las he contado este año pero creo que no había más de veinte casetas. Hecho de menos las casetas semiprivadas de los antiguos monopolios o esas de diseño de los últimos tiempos donde iban los majos y majas de la provinciana y guapa sociedad almeriense. Será la crisis o que el personal no quiere juerga. Eso sí, había una caseta infantil, algo estupendo pero, ocupaba el centro del espacio estratégico y como sabrán, los niños se recogen a una hora prudencial, así que el armatoste se convierte en un esqueleto en medio del gentío. De las atracciones no puedo hablar porque no llegué a la calle del infierno, que todo no se traduce en criticar por criticar. Supongo que los precios serán elevados, que la pena siempre me ha embargado mirando la luz de los ojos de estos feriantes cansados y tristes. Que el viaje del carrusel dura cada vez menos y el gusano loco ya no es lo que era. Sí me llamó la atención la escuálida calle de los puestos de baratijas. Recuerdo que la Avenida del Mediterráneo se convertía en una serpiente multicolor a lo largo del recinto. Ahora, algo menos de diez puestos con los ojos pegados y ventas ridículas, algo parecido de ver en cualquier mercadillo de fin de semana. A propósito, tampoco fui a los toros, no es que me enloquezca la feria nacional, simplemente reconozco que es tradición y cultura española y el maestro Goya merece un respeto. Total, el cartel era de pena como casi siempre. Del resto del programa, nada de nada. Mucho deporte popular y callejero y pocas nueces. Bueno, voy terminando. Albergo la esperanza y el deseo de volver a la Feria el año que viene. Señal de que estoy vivo. Quizá sean las gentes las que cambien, no lo sé. Nos hacemos mayores y la ilusión flaquece como flor de verano. He visto menos paisanaje este año por las calles del recinto. Menos aún en la llamada Feria del Mediodía porque ya no se le puede llamar así a cinco chiringuitos repartidos en una ciudad con miles de bares con tapas y precios nada recomendables. La crisis bate por goleada. Antes de ir a la Feria fui al Museo Arqueológico Provincial y resulta que han clausurado la tiendecilla de recuerdos. El espacio de la Puerta del Mar está cerrado y San Cristóbal, de sus murallas ya os hablé en un artículo anterior, se cae bajo el beneplácito de los poderes públicos. Se me ocurre para el año que viene una nueva Puerta en el Real. Suprimir la actual y poner algo parecido al baluarte de San Cristóbal, utilizando eso sí los sillares que mejor estén conservados, sin bombillas, claro. Teas encendidas atrayendo a las luciérnagas y una promesa de futuro.
Feria de Almería, hoy. Ayer fui a la Feria. Encontré, como siempre, los mismos problemas, la misma gente. Los vecinos mal avenidos de alguna manera están ahí. El civismo sigue siendo la asignatura pendiente de esta sociedad andaluza cobijada en una esquina de una extraña autonomía. No digo que el populacho tome militarmente la feria con su mal gusto, trajes imposibles reciclados de una boda o evento familiar o, simplemente como quien se mueve por su casa, chanclas y cucos pegados al cuerpo liberando las orondas barrigas de su enclaustramiento. No, no es eso. Tampoco me llama ya la atención la basura que tienes que esquivar del suelo, el olor macerado a orines en los lúdicos cruces, restos de comida, papeles y vasos de plástico o cartón. Tampoco la picaresca famosa de esta ciudad, pedigüeños, locos falsos, estafadores de poca monta, vendedores callejeros sin licencia… No, no es eso. Lo que más me incomoda en esta nueva etapa es lo siguiente. Veamos, ¿Dónde están los aparcamientos...? Se recicla el aparcamiento del Estadio de los Juegos del Mediterráneo a cuatro euros, oiga. Se llena rápidamente así que tienes que sortear atascos y señores con catadióptricos de colorines y llegar a explanadas ocultas entre los nuevos edificios que han terminado por hacer desaparecer la antigua vega. Eso sí, a tres euros el espacio. Deambulas entonces hacia los cacharricos con cierta ansiedad, el reciento ferial está cerca. Bueno, hay algo que no cuadra. ¿Dónde serán los fuegos artificiales...? Mire, a tres kilómetros y sin exagerar. Siguen rompiendo el cielo estrellado de la ciudad en la antigua Térmica. Si quieres verlos tienes que llegar a la mar. Pierdes algo entrañable, algo mágico aunque el espectáculo pirotécnico no es nada del otro mundo y, sin embargo, suficiente para el carácter agradecido del almeriense. ¿No sería mejor utilizar el espacio del río o habilitar una zona en el margen de la Vega de Allá? Has llegado y lo de siempre. Puerta monumental con bastantes bombillas fundidas, por cierto. Un pequeño detalle de reposición de luminarias. Al menos, la falsa puerta del Ayuntamiento de Almería está reconstruida no como la original aunque sea de mentirijillas con planchas de metal o aglomerado. ¡Empieza el espectáculo! Mucha comida eso sí. Prisas y nervios. Colas para sacar el ticket. Luego, morcilla fría en un pan duro y de ayer. No importa. Pimientos fritos y hamburguesas gigantes junto a esas patatas imposibles y ostentosas llenas de pringue. Placer culinario de dudosa reputación y asientos de plástico “pa que to el mundo vea los posibles de cada uno”. Más arriba, desterradas y silenciosas las casetas para mayores, familias y botellón controlado. Caminas unos pasos y se acaban; no las he contado este año pero creo que no había más de veinte casetas. Hecho de menos las casetas semiprivadas de los antiguos monopolios o esas de diseño de los últimos tiempos donde iban los majos y majas de la provinciana y guapa sociedad almeriense. Será la crisis o que el personal no quiere juerga. Eso sí, había una caseta infantil, algo estupendo pero, ocupaba el centro del espacio estratégico y como sabrán, los niños se recogen a una hora prudencial, así que el armatoste se convierte en un esqueleto en medio del gentío. De las atracciones no puedo hablar porque no llegué a la calle del infierno, que todo no se traduce en criticar por criticar. Supongo que los precios serán elevados, que la pena siempre me ha embargado mirando la luz de los ojos de estos feriantes cansados y tristes. Que el viaje del carrusel dura cada vez menos y el gusano loco ya no es lo que era. Sí me llamó la atención la escuálida calle de los puestos de baratijas. Recuerdo que la Avenida del Mediterráneo se convertía en una serpiente multicolor a lo largo del recinto. Ahora, algo menos de diez puestos con los ojos pegados y ventas ridículas, algo parecido de ver en cualquier mercadillo de fin de semana. A propósito, tampoco fui a los toros, no es que me enloquezca la feria nacional, simplemente reconozco que es tradición y cultura española y el maestro Goya merece un respeto. Total, el cartel era de pena como casi siempre. Del resto del programa, nada de nada. Mucho deporte popular y callejero y pocas nueces. Bueno, voy terminando. Albergo la esperanza y el deseo de volver a la Feria el año que viene. Señal de que estoy vivo. Quizá sean las gentes las que cambien, no lo sé. Nos hacemos mayores y la ilusión flaquece como flor de verano. He visto menos paisanaje este año por las calles del recinto. Menos aún en la llamada Feria del Mediodía porque ya no se le puede llamar así a cinco chiringuitos repartidos en una ciudad con miles de bares con tapas y precios nada recomendables. La crisis bate por goleada. Antes de ir a la Feria fui al Museo Arqueológico Provincial y resulta que han clausurado la tiendecilla de recuerdos. El espacio de la Puerta del Mar está cerrado y San Cristóbal, de sus murallas ya os hablé en un artículo anterior, se cae bajo el beneplácito de los poderes públicos. Se me ocurre para el año que viene una nueva Puerta en el Real. Suprimir la actual y poner algo parecido al baluarte de San Cristóbal, utilizando eso sí los sillares que mejor estén conservados, sin bombillas, claro. Teas encendidas atrayendo a las luciérnagas y una promesa de futuro.
