Rostros
Rostros
Un rostro cualquiera es un trozo de vida, de historia. Imprenta de piel con cicatrices de tiempo. Los ojos escondidos en maquillajes ya olvidados graban la memoria; ven pasar velozmente los acontecimientos más decisivos del hombre y del grupo al que pertenece; nada es ajeno a la curiosidad y a la belleza humanas. Si la Naturaleza es el marco, el rostro humano es una paleta donde la emociones derraman una pátina de colores que fusiona el cielo con el alma encerrada en el dolor de la vida. Si alguien dijo: "Me duele la vida", yo digo: "Necesito más vida". El cine, ese invento de honestidad salvando temas, industria y esparcimiento, es el gran hallazgo del siglo XX. Desde 1895 y con los hermanos Lumière ya sea en una barraca de feria, gallinero o palco de un antiguo teatro convertido en cine o sala omnimax; en blanco y negro, fotogramas entantinados, technicolor o en 3D; cine cómico, expresionismo alemán, Hollywood y sistema Star system, decadencia y crepúsculo, cine de autor y películas Dogma, lo único importante de estas escenas en movimiento ha sido ralentizar el espacio, atraparlo, guiar los sentimientos y canalizarlos hacia una historia que se repite sin cesar. Testigo mudo y sonoro de la voracidad del tiempo, conservante de lo marchito. No hay nada nuevo bajo el dolor o la alegría. Estas estrellas de cine, unas desaparecidas y olvidadas, otras, actuales e iconos de modas y estilos, son rostros, cariátides de un reloj de arena y de una emoción compartida por todos. Inmortalidad, folclore y tradición, mitomanía y recuerdos deformados con nuestras propias existencias, ideario alojado en un subconsciente colectivo. ¿Para qué sirve el cine..? Quizá para olvidarnos de nuestros propios problemas durante dos horas o, más bien para poder encerrarnos en una sala oscura y dar rienda a nuestros sentimientos más profundos y deseos oprimidos. Casi todos nos hemos identificado con el héroe e incluso con el perdedor, ángel caído, antihéroe y personaje secundario como todos nosotros. Si en esencia nunca dejamos de ser niños también somos hombres y mujeres con un compromiso, nuestra propia vida. La belleza estática, la dureza y delicadeza de estos rostros, la música grave que sientes desde el estómago hacia el paladar, el recuerdo de los que tenemos más edad, cines de doble sesión, pataleo y descanso para la merienda, el deseo, en definitiva, de vencer a la muerte, seguir anhelando estar y permanecer aquí. Nuestra vida seguramente tendrá al final unos títulos de crédito que se precien. Rafa.