Yo no bebo. ¡Se lo juro!
Me detuvieron el coche en una rotonda. No estoy seguro, pero a mí me pareció que la rotonda giraba sobre sí misma. Tenía un faro roto, dijeron. No, no era así; es que no lo llevé al oculista y por eso veía esa luz tan mal. Bueno, me dieron el alto creyendo estúpidamente que me estaban saludando. Inmediatamente devolvía el saludo con la mano desde dentro del coche porque yo soy muy educado. Eso del alto es un decir ya que el civil era más bien un retaco. ¡Baje la ventanilla! Aseveró el agente de la ley con malos humos. ¿Cómo le digo a ese señor que no funcionaba el mecanismo de sube y baja desde hacía seis meses...? Por si las moscas abrí violentamente la puerta debido a los nervios y el calorcillo que desprendía el motor, o eso creía yo. Claro, le di en sus partes nobles con la misma. ¡Perdone su autoridad, es que mi mujer dice que soy una nulidad y un día de estos me tira al contenedor! El otro número se cabreó y se dirigió con paso marcial a mi costado y tirándome del brazo malo, el otro está más o menos igual, me sacó del coche, me pone en el capó y empieza a registrarme. Cosquillas es lo que consigue. Me río y se mosquea aún más. Mire, me espetó: ¡Cállese o le llevo detenido! Perdone, balbuceé y esto fue la prueba definitiva; no quiero reírme de usted, se me atragantaban las palabras, la verdad es que no puedo evitar las cosquis desde que era niño. Mire, creo que voy a vomitar, todo me daba vueltas confundiendo el uniforme verde con los olivos que crecían a los márgenes de esta carretera que ya no sé ni cuál era. ¿Ha bebido usted...? Santa María, me ha pillao, pensé como si fuese mi último día, la última verdad del ahorcado en el patíbulo capital. No, no se equivoque, dije sin ninguna convicción. Soy abstemio. No he bebido nunca jamás. Se lo juro por Snupi. No lo creo así, señor. Dese la vuelta y míreme a los ojos. La verdad es que no vi nada porque vomité sobre su cara de forma violenta, me recordó a una película de miedo donde el moco y el chorro eran del color de mi emético acto. ¡Puagg...! Santo Dios, el tío se puso a patalear y a correr del asco. Era una situación cómica aunque no tenía demasiada gracia. Mientras, el otro número se acerca, me pega una hostia; dijo que para calmarme y me pide la documentación. No vais a creerlo, ¡no la llevaba encima! Desde que perdí la cartera hace dos meses, no he renovado ninguna documentación porque sé que volvería a perderla. ¡Es que soy un asco de tío...! Llamaron al cuartelillo y minutos después confirmaron que no había pagado el seguro a terceros todavía de este año, soy olvidadizo y tomo pastilla para ello. El coche tampoco es mío porque se lo compré a un rumano y parece ser que hay algo que no cuela porque tiene el número de bastidor borrado. Fue un chollo aunque ya le he cambiado cuatro piezas y otras dos pendientes que compraré en la chatarrería de mi barrio. ¡Debería tener más idea y no fiarme de nadie! Después de esto vino la prueba de alcohol. Etilómetro a la boca, una especie de instrumento de música por el que se sopla aunque no hace ruido. Eso sí, los dos guardias civiles se asombraron de ver la cantidad de números que subían por sus paredes. Creía que era una nota que me ponían por ser un buen músico. Imaginé entonces que iba a Operación Triunfo. No fue así. Dí más de 0.9 gramos por litro de sangre o algo de eso. Me enteré inmediatamente de que se trataba de una máquina que hacía un test para detectar el alcohol en sangre. Oí entonces que decían que con ese nivel no tendría sangre en las venas sino vinagre. No entendía ya nada, todo daba vueltas y yo sin intermitentes. Creí entender que hablaban por radiofrecuencia dictando que cometía una violación del artículo 379 cp: “delito contra la seguridad del tráfico. Conducción bajo influencia de drogas o de bebidas alcohólicas”. No sé qué paso entonces. Creo que me eché a llorar y conté una historia estúpida de que llevaba mi hijo al médico porque se había atragantado con una aceituna, a Urgencias para más señas. Claro, no había nadie más conmigo en el coche y tampoco la creyeron. No sirvo tampoco para contar historias convincentes. En fin, que inmovilizaron el coche con un cepo; a mí me trincaron y terminé en una oficina con la bragueta abierta y todo meado donde me llenaron el dedo de tinta y luego ni me limpiaron. Me tumbaron en una camilla y me dieron aire y no sé nada más. Todavía no entiendo qué pasó porque sigo diciendo que yo no bebo alcohol. ¡Se lo juro! Abogado.