Bossaravah
"Clases de piano"



"Este cuento está dedicado a mi profesora de piano, Elena. He llegado tarde, como siempre. Estoy cansado y no memorizo como antes. Me da rabia ver a los niños tocar con sus dedillos y yo no hago otra cosa que meterme el dedo en la nariz. Soy un desastre al piano. Demasiadas teclas, todas iguales, desierto de blancas y negras. Sequedad de huellas dactilares sin compás ni ritmo. Si algún día toco el piano habré conquistado otro sueño, ahora es una pesadilla. Os dedico este cuento para que os esforcéis en algo. Recordar que alguien dijo alguna vez: "Lo peor de los sueños es que a veces se cumplen". Se encuentra en el apartado de Literatura.

Los vasos manoseados por el calor son arrojados a un piano huérfano y meditabundo que se niega a llorar por ese amor que camina despacio, sin ritmo ni melodía conocida. Es el corazón quién dicta el tiempo con palpitaciones de dolor donde las notas desaparecen hastiadas del pentagrama cuando la voz se convierte en el metrónomo de los recuerdos macerados en alcohol. Las imágenes de antes flotan en el sucio y desvencijado techo como el humo gris de un cigarro incinerado y oscuro, liado con carmín barato de la mujer de todos, la vieja parca del cafetín anclada en puerto de anea, la vieja oronda y sensual que busca clientes y anota la tarifa de su cuerpo en las teclas blancas y negras de una vida de bohemia, de miseria. Un trago largo, un beso a mitad de camino, un aliento suicida en la madrugada regada por un camión de agua de seltz.
Los gatos se apostan en las aceras que ven navegar a los peces hacia las alcantarillas. Necesito un trago, nada es como cantaste a los borrachos del fondo. Un trago, nada más, suficiente para ahorcarse con una cuerda de un piano meditabundo que dejó de tocar cuando tus manos resbalaron por la botella amiga. No ve mas a amar una vida entera. Swing. Cosa linda es la voz que busca cerrar tus ojos y llevarte al cielo de los negros que tocan jazz percusionando sus dientes entre palomas degolladas y esmóquines de algodón manchados de café. Suave es la noche dijo el escritor manando corcheas en la boca oscura de su musa vestida a lo garçon. ¿De qué sirven las flores que nacen en los caminos...? Abre tus manos, los dedos han dejado de tocar el alma de los que no tienen nombre y se apostan en los rellanos de la locura.
Todo ha cambiado. Las lágrimas de menta se escapan por el borde de la comisura de tus ojos. La mañana ordena las partituras caídas de un atril nacido de las nubes. Salen de las bolsas de basura los niños sin madre a la calle buscando la mendicidad del cariño. Los niños raquíticos lustran sus cuerpos de huesos a manera de láminas de un xilófono de injustificas. Cabriolas de sostenidos en una tarima de músicos callejeros para deleite de turistas vestidos de lino y sudor de lima. Los cangrejos, camareros y chulos de postín, enfrían ya la cubitera de otra noche en la arena haciendo claqué a la espera de los naufragios. Pan de azúcar y sal en tus labios, noches oscuras sin estrellas dentro de la caja de un cavaquinho de amores rotos. Bossa nova. Me despido de ti sabiendo que un ramillete de notas decorará ese jarrón que atrapa la ingravidez y el dulzor de tu cuerpo. Los músicos se encierran en sus féretros de colores, recogen las cuerdas y afinan la voz de los que ya la han perdido.
Mañana volverán a cantar al destino, sabrán mirar a las almas oscuras que se refugian en los reservados. Queda una promesa de música sin escribir, sin melodía ni entonación. Así es la música del corazón, muda, vacía, intensa como el último trago de aire, la última copa desperdiciada.
Los gatos se apostan en las aceras que ven navegar a los peces hacia las alcantarillas. Necesito un trago, nada es como cantaste a los borrachos del fondo. Un trago, nada más, suficiente para ahorcarse con una cuerda de un piano meditabundo que dejó de tocar cuando tus manos resbalaron por la botella amiga. No ve mas a amar una vida entera. Swing. Cosa linda es la voz que busca cerrar tus ojos y llevarte al cielo de los negros que tocan jazz percusionando sus dientes entre palomas degolladas y esmóquines de algodón manchados de café. Suave es la noche dijo el escritor manando corcheas en la boca oscura de su musa vestida a lo garçon. ¿De qué sirven las flores que nacen en los caminos...? Abre tus manos, los dedos han dejado de tocar el alma de los que no tienen nombre y se apostan en los rellanos de la locura.
Todo ha cambiado. Las lágrimas de menta se escapan por el borde de la comisura de tus ojos. La mañana ordena las partituras caídas de un atril nacido de las nubes. Salen de las bolsas de basura los niños sin madre a la calle buscando la mendicidad del cariño. Los niños raquíticos lustran sus cuerpos de huesos a manera de láminas de un xilófono de injustificas. Cabriolas de sostenidos en una tarima de músicos callejeros para deleite de turistas vestidos de lino y sudor de lima. Los cangrejos, camareros y chulos de postín, enfrían ya la cubitera de otra noche en la arena haciendo claqué a la espera de los naufragios. Pan de azúcar y sal en tus labios, noches oscuras sin estrellas dentro de la caja de un cavaquinho de amores rotos. Bossa nova. Me despido de ti sabiendo que un ramillete de notas decorará ese jarrón que atrapa la ingravidez y el dulzor de tu cuerpo. Los músicos se encierran en sus féretros de colores, recogen las cuerdas y afinan la voz de los que ya la han perdido.
Mañana volverán a cantar al destino, sabrán mirar a las almas oscuras que se refugian en los reservados. Queda una promesa de música sin escribir, sin melodía ni entonación. Así es la música del corazón, muda, vacía, intensa como el último trago de aire, la última copa desperdiciada.