elcamaleonesceptico

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http://www.iconspedia.com/uploads/20814621591196841395.pngImágenes: "Desde Pequeño hasta ahora"


T
ítulo: “E
l camaleón tiene una historia que contar”




 ¡Mis recuerdos son los de un patio de Almería..! Que me perdone D. Antonio Machado esta licencia poética. Hace  tantos años que nací que casi por poco me pisa un dinosaurio carnívoro en la acera de una casa de ladrillo de adobe y argamasa con horno de pan incluido y cochiquera además de gallinas y otros animalillos cerca de la Plaza del Carmen. Hotel la Perla, refugios de la guerra, entonces cegados y hoy puestos en valor para el turista ocasional y grupos de escolares, kiosko Amalia, hombres que limpiaban los zapatos en pequeñas tarimas y arranque de la calle las Tiendas, iglesia de Santiago, Renacimiento en estado puro donde me bautizaron, comercios antiguos de confecciones y ultramarinos. Centros neurálgicos de mi mundo y de una ciudad pequeña y en blanco y negro. No era una casa sino tres casas unidas siguiendo la línea de la desaparecida muralla que moría en la Puerta de Pechina. Las imágenes van y bienen. Sentado en el poyete que daba a la calle, ventanal de la panadería veía pasar los personajes castizos en busca de su autor, pintorescos diría yo de la Almería mágica. Seres que pululaban por el barrio como Pepe El Habichuela o que moraban en las pocas cuevas no cegadas del cerro o en las chabolas en la parte alta del monte. Luis el de los perros, gitanas cobrizas engarzadas en oro, prostitutas y borrachos de antes, miseria y locura. Escribir es alcanzar un estado extraño de lucidez. Biografía, no sé. Confesiones, tampoco. Literatura de ficción con algo de humor y verdades solapadas por la acidez del tiempo perdido y recobrado por la añoranza. Me confieso. Volvamos la vista al calendario de pared de Brandy Fundador, Casa Pedro Domecq. 1964 fue un buen año. Martin Luther King recibió el premio Nobel de la Paz. La banda de rock psicodélico Pink Floyd nace en Londres. Se presenta el lenguaje de programación BASIC. Tendrá lugar la inauguración de la enorme presa de Asuán. Mary Quant inventa la minifalda y el movimiento "beat" llega a Europa bajo la bandera de los textiles de cuero y los "jean". Además, se recrudecerá la guerra del Vietnam con el bombardeo sistemático de Vietnam del Norte tras la orden del presidente Lyndon B. Johnson y la "ocupación" militar del Vietnam del Sur. Bueno, yo nací en ese año. Las dos mozas que me acompañan en difícil equilibrio son mis dos primas Eloísa y María José. No sé nada de las dos. ¡Por favor..! Preguntar al Diario de Patricia dónde puedo hallarlas... Ambas me trataron siempre con gran cariño además de instruirme  en los siguientes años. Aprendí con ellas el placer de la lectura, el arte y dibujo en especial a través de los grabados de arquitectura en las láminas de mi primo Paco, su hermano. También a sentir curiosidad por lo que me rodeaba y el amor por el estudio. Gracias. Sin embargo, si debo y tengo que recordar y agradecer la vida prestada es a mi tía Isabel. Hermana de mi padre, fue como una madre durante muchos años. Su cariño y esperanzas en mí no fueron vanas. Me gustaría decirle ahora esté donde esté, es igual, que la hecho de menos y su recuerdo y los años pasados en su casa de la calle Cádiz viven en mí. Un recuerdo también para mis tíos que ya no están. Mi tío Pepe, boxeador ocasional, pescador de caña en el puerto y panadero. Mi tío Pedro, el mayor de todos ellos, también panadero. Mi tío Manolo, el más joven, afortunadamente vivo y coleando con el que tuve también una inmejorable relación y complicidad. La verdad es que soy muy guapo. Tendría entonces más o menos cuatro meses en la presente diapositiva. Después vino una grave enfermedad de la que salí con milagro incluido. Siento el disgusto que le di a mis padres. Nací en una panadería, allí viví durante mi primer año. En mi memoria vive la imagen de mi abuelo, un hombre trabajador, serio y callado. Un hombre antiguo, con boina y camisa abrochada hasta el cuello. Ahora voy de su mano a la decimonónica Plaza del Mercado donde comprábamos tub´rculos y verduras para echarle de comer a los cerdos y a las gallinas y después sentarnos en las mesas contiguas a la cristalera del café Español con pretil de mármol viejo  y jarra de cristal soplado de agua en la mesa. También a mi abuela. Abnegada madre y esposa, silenciosa y trabajadora. No hablaba demasiado, pequeña de estatura y enorme de corazón. Ambos nacieron en la comarca del Andarax. Laujar y Canjáyar. Familias de ascendencia morisca, idea que siempre he acariciado y soñado, de tradición uveras, parras contorsionadas desde la seca tierra y uvasde cuerno y de mesa. Testigo de ello fue una única parra que creció en uno de los cuatro patios de la panadería. De mis otros abuelos, más de los mismo, panaderos y esfuerzo, pobreza, dignidad y una casa al igual que la anterior de planta baja y terrao con tragaluz, vivienda obrera y popular de lo que se llamó la Almería horizontal ocupando el casco histórico y ya desparecida en los infames atentados urbanísticos de finales de los 60 y la década siguiente. La ropa huele todavía a masa recién horneada en la artesa. Leñera y harina candeal, tortas de manteca bañadas en azúcar  y pan griego con una onza de chocolate Valor. Me apena saber que las flores crucificadas en el aparador ya se han secado.
 


Esperancita. Ha pasado algo más de un año. Mi casa, heredada por mi padre de mi abuelo en los aledaños de la antigua finca de los Cámaras con la rambla de Alfareros. Suelo santo musulmán, excavaciones arqueológicas en los años 80, cementerio de la Puerta de Purchena desde 1040 hasta la conquista cristiana a extrarradio de la Musalla. Mi padre, Francisco, maestro nacional de elegante letra gracias al Método de Caligrafía de Silverio Palafox, renunció a su puesto allende los pagos de un pueblecito de la alta cuenca del Almanzora, Somontín. Entraría entonces en nómina de la Panificadora de Almería como contable hasta su jubilación. Recuerdo todavía su maleta llena de manuales que leía sin entender, libros del Magisterio Nacional franquista; humedad, censura política y erosión de las ideas. Desaparecieron casi todos ellos debajo de unas escaleras, apolillados por el tiempo en una buhardilla que coronaba junto al terrao la verticalidad de mi casa. Habitación que se caía a trozos y que pinté sus paredes recreando la Cueva de Altamira y un Mazinger Z a escala real. Mi madre, Consuelo criará sus hijos. Dibuja todavía gatos con bigotes enormes y jarrones con flores, pronto tendrá una tele en blanco y negro y cocinará muy bien comidas de cuchara en una olla a presión que años después explotaría sin causar víctimas. Y Esperancita, ese ángel que me acompaña en la fotografía, hija de Doña Ignacia, venidos de Badajoz y un coche elegantísimo en la época y aparcado en una calle sin apenas coches. Era un gordini, modelo derivado del Renault Dauphine. Mi primera novia. Sinceramente, la ropa que llevaba no me hacía ninguna justicia. Reconozco que odio ir de compras, ni tengo gusto ni me ha interesado jamás la ropa ni el "vestir bien", gastando menos en trapos que Tarzán en sus años mozos. ¡Qué modosita la niña, faldita plisada y con felpita...! Me gusta posar con cierto aire marcial como en las fotografías de época. Diríase por deformación profesional: adecuación al marco y ley de la frontalidad. Nada ha cambiado en la actualidad. La verdad es que no soy nada natural. Guardo sin embargo desde entonces cierto regusto por una curiosidad innata que me ha llevado de una esquina a otra, por ejemplo, mi calle, unos cien metros más o menos de vida, familias con historias y anécdotas difíciles de olvidar; calle delimitada al norte por el bar del viejo lobo de mar Manuel Leal, hombre bueno y sincero, tocaor de bandurría, cantaor de flamenco, cante jondo con duende y cuentista de relatos imposibles. Recuerdo aún sus tatuajes de marinero que atracó en todos los puertos del mundo y donde decía que tuvo un amor en cada lugar. Entre las enormes barricas de cerámica de vino y paredes empapeladas con fotografías y mustios recortes de prensa  en blanco y negro de boxeadores y toreros del momento, moraba un macaco hembra que compró a un cirquense ambulante. La mona fumaba y se emborrachaba haciendo las gracias a los parroquianos y niños del barrio. Sin embargo, tenía mala leche, y a mí me tocó la china;  me dejó una cicatriz de recuerdo que aún tengo en una falange de la mano izquierda a causa de un mordisco cuando quise quitarle el cigarrillo que fumaba compulsivamente. Su nieto fue mi primer amigo de niñez, de nombre, Manolo, como su abuelo. Recuerdo vagamente que aprendimos juntos a montar en bicicleta. Un día me regalaron una bicicleta muy antigua, una Orbea de cuadro recto y frenos de varilla. Me caí tantas veces que un buen día la dejé tirada en la calle. Resolvía rápidamente los dilemas; hoy, también. Sus padres, compadres de los míos ya que bautizarían más tarde a mi hermano Francisco Ernesto, su segundo nombre por esos lazos de amistad de entonces, fueron como unos padres en estos años arrancados a duras penas de la memoria. He de hablar también de un suceso extraño que tuvo lugar en estos años. Se trata de la tienda de ultramarinos de Anita y Enrique situada enfrente del bar de Leal, cerrando ambos negocios a manera de propileos la esquina norte de la calle. Sucedió que un día, hartos de las formas de estos comerciantes y racanería de los mismos apuntando en su libreta de deudas de los parroquianos cualquier apunte por nímio que fuera, los niños de la calle clamamos al cielo que Enrique se muriera. Un día después el pobre tendero murió de un infarto. Era un buen hombre he de decir, curiosamente me acuerdo de él, no sé bien el porqué. Imaginaos el dolor y el schok de estos pollos inútiles. Dormimos esa noche de luto callejero entre el miedo al fantasma de Enrique y la culpa del deceso. Al día siguiente nos confesamos casi todos provocando la ira e ingratitud del Padre David, un buen pájaro franciscano famoso por sus collejas y santidad en el barrio. Hacia el sur, la pequeña fábrica textil que nutría de trabajo a las mujeres de la calle deshilachando pantalones vaqueros, creo recordar de la marca Lois. Tardes enteras mal pagadas ya que se cobraba por prenda llevando un tiempo cada pantalón. La entradas de las casas que no salones se convertían en mentideros de marigailas y niños llenos de mocos en los suelos. La verdad es que queda muy literario. En ese espacio se sucedían los amaneceres y los anocheceres. Pienso que en algún momento le sacaría la lengua de camaleón escéptico a Esperancita y se iría con otro. No volví a verla nunca más. Vuelvo a mi rama.

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