La Hoja Caída

El antro, caverna arcana y fría, abre su inteligencia almacenada a mi entendimiento. Las paredes se envuelven de latidos de agua que fluyen hacia sumideros de consciencia. Camino despacio, leo dedicatorias y mensajes ya sin estación en los papeles decorativos que algún día cubrieron este esqueleto. No sé dónde se esconde el atlante tullido que regenta la ignominia. Me conoce, la sangre busca aceleradamente el pulso de mi vieja muñeca que quiso escribir los mejores versos, mis pupilas, delatan la recompensa, esfuerzo. Se descubre mi deseo. He de darme prisa, conozco los espacios. Estantes de madera podrida, hueca. Pasillos laberínticos de Piranesi, injertos de memoria, tiempo. Anaqueles, marchantes a la sombra del engaño, fantasía de formas caprichosas, estalactitas de deseos, huella. Buscar es indagar, encontrar el premio. Soy el explorador de la Terra Ignota de tu cuerpo, descubrir la verdad que escondías y no fuiste capaz de dar. Yo te escucho, dame la mano y siente la paz negada. Es un día especial, pequeñas ilusiones encerradas y descubiertas. Hojas muertas y prensadas en las contracubiertas. Di contigo, capricho goyesco encerrado en aguafuerte de dolor. Eres especial porque tienes alma. Un mercenario que recibió esta recompensa de amor te violó y ahora traiciona sentimientos y esperanzas.
Recojo entre mis dedos gastados tu viejo lomo, vivos colores en falsa piel, edición barata con pretensiones, simulación. Ten confianza, alzo tu luz por encima de tus hermanos, algunos, rotos, usados, otros, orgullosos y altivos, definitivamente deshabitados. ¿Por qué te he elegido...? ¿Quién eres? Descuida, estás ya a salvo, has sufrido ya bastante. Cuando abrí la primera página se reveló tu existencia. El título, lo de menos, incluso diría que banal. No importa, primera hoja, comida ya por la humedad y manos sucias de apresurados mercaderes, precio fijado, irrisorio. La verdad. Ahora, no tengas prisa, déjame que mi retórica anide el deseo consumado. Dedicatoria. La clave de tu salvación. La celulosa abona en este supremo momento el olor a santidad. Caligrafía pequeña, tinta negra, como a mí me gusta, menuda y picuda, letra de mujer, sin duda. Sospecho otro regalo vacuo, presente fallido; testigo, un banco de cualquier paseo a la sombra de árboles fingidos, prisa y estatismo de pasiones. Lo diste seguramente en un día cargado de nubes oscuras, te apresuraste a dárselo, el cielo empezaba a llorar agua, la emoción rompía tu corazón. “Treinta meses de amor infinito, te querré siempre...” Escribiste. Alquilaste un parterre de rosas como testigos de tu deseo. ¿Fue acaso una reseña en el santoral de su día? Ahora eres mía. Te he dado de nuevo la vida, te he regalado el amor negado. No merecías ese cerdo que infringió la palabra y consumó el engaño. Polifemo envolvió la palabra escrita en piel de oveja. Botín del sentimiento. Reía la quimera con moho de siglos de indulgencia mientras daba el cambio. Su boca sin dientes sella con saliva oscura el papel de regalo reciclado. Envoltorio sin crucifijo en tu tapa. Sales de la tienda después, sin mirar atrás. Nunca serás una estatua de sal aunque tu alma está rota, oyes con menos fuerza conforme la lejanía alimenta tus pasos a los demás libros gritar su suerte, lamentando su libertad robada. Amor no correspondido. Volveré a por vosotros, tened paciencia.
Estoy cansando, necesito sentarme y oler el regalo, saborear mi nueva conquista. Al principio, abrigué la idea de buscar a esa mujer o mujeres y depositar en sus manos el presente robado. Sin embargo, supe la verdad. Mi consuelo, mi soledad compartida por una mujer sin rostro, rubor provocado por el intenso dolor era mi tarjeta de visita en los tiempos que languidecen sin ternura. Gracias, amor mío por la dedicatoria, tengo otras, tan hermosas como la tuya.