Homenaje a un hombre y una mujer.
Cincuenta años no son nada. Un soplo de aire desde el cerro Mateo donde antes subimos a nuestra espalda enormes hatos de esparto y lavanda. Verbenas en los laderos, acordeón y vino avinagrado, jamón y hogazas, cigarrillos de liar y amor en las madrugadas. Es tarde, el alba amenaza y la suave brisa acompaña a la noche con su crepitar de grillos y estrellas galanas. Soy hombre, soy mujer y vivimos anclados en la tierra en una barca capitana. Nuestras manos ajadas moldearon a imagen de Dios una tierra indómita y abandonada, creamos vida de las ratoneras y arcillas dolidas por la sequedad de la campa, desparramamos la sangre verde que nos alimenta y todas las flores de un parterre imposible entre chumberas, cardos y grajas. Trajimos el agua desde las alturas y dimos de beber a la sedienta tierra, nos arrodillamos desde hace tantos años como palabras y la tierra sólo era abonada por el sudor de nuestros brazos y espaldas, pago del diezmo mientras la campana daba las horas y el ángelus amansaba a las galanas en balcones y celosías cerradas.
Mucho antes, soledad y despedida, maleta de cartón y una promesa de amor. Dejé atrás la vieja iglesia ya desaparecida, las grandes y oscuras piedras volvían a caer y el pueblo hundía su miseria en la aurora recobrada. El sucio y viejo tren de madera me condujo a un destino incierto, jornal a destajo, manos encallecidas y remolacha, sangre oscura en una tierra de Babel lejana y extraña. Yo me quedé esperando las horas y las pesadillas que se hacían realidad ante el peligro y la tardanza, ángeles negros volaron entre los hierros de mi cama, saqué adelante nuestro hogar entre fatigas y ojeras, arranqué las malas hierbas de nuestra tierra arándola en la esperanza de tu llegada.
Éramos jóvenes aunque nunca nos han flaqueado las fuerzas ni la fe en vosotras ni en el mañana, hoy estamos aquí, unidos y tranquilos, no os falta nada, nosotros tenemos la dignidad del hombre que no se cae y la verdad del caminante, peones de una vida caprichosa y larga. Durante mucho tiempo, jornadas y semanas, tú cuidaste la casa, tus manos remendaron, lavaron en una acequia la ropa blanca, hicieron el pan blanco en el horno de leña y cal blanca. Nunca te abatiste a pesar de las pequeñas desgracias cotidianas.
Un día, recorrimos mundos, nunca estuvimos quietos, el hambre y la fatiga de un futuro incierto hicieron de morada. Me vestí de charol y verde aceituna y un arma de paz como bandolera. Subí a los montes, bajé las montañas, caminé por la playa buscando conchas y restos de naufragios de plata. Casas cuartel para los hijos del hambre, de un tiempo de hierro y desesperanza. Capote y frío en las mañanas, orujo y cigarrillo en la comisura de los labios, caballo de Lorca a cuatro patas y balancín para mis hijas en la madrugada.
Nos hicimos una casa tiempo después, argamasa y sudor, ladrillos de amor y dolor de espalda, tú fuiste peón con faldas y esfuerzo robado al descanso que nunca conocimos ni hacía falta. La vida entonces gira, no deja de girar aunque no nos damos cuenta, todo se empequeñece y las historias se deforman conforme las cuentas, verdades exageradas… La vida asienta su poso y la calma. Nuestras hijas crecieron y el pelo se blanquea por el sol y viento inmisericorde de la tierra yerma y calcinada. Es el tiempo ahora de disfrutar de la labranza, los destinos se suceden y la barca se convierte en casa anclada en la capital de nuestra tierra amada. Almería nos espera ahora, tenemos una casa nueva, sigue ahí, antes tenía pájaros vigilando desde el pretil de la ventana, la conoceréis porque es otero a la mañana. Le conocí entonces jugando al subastado en una cochera, a mí, nunca me han gustado las cartas. No temáis sus muchas escaleras que llevan al cielo, si entráis, un enorme perro enano de ojos saltones defiende sus puertas además de un poto selvático que esconde todos los animales y plantas del campo que recolectamos y amamos. Los olores salen de la cocina hacia la calle, albóndigas y todas las comidas con la sal océana.
Estamos aquí sentados todos, hijas, yernos y nietos. Recordamos a los que se fueron y esperan sentados, no es una despedida sino un comamos y mañana ya veremos. Bebamos como hemos hecho en tantas ocasiones, mosto joven que también nosotros hemos sabido sacar de la tierra y criar en odres arcanos. Nuestros fuertes brazos no soportan ahora el azadón ni faldones en la fría madrugada; esperas en la almazara o sacos acarreados por las ramblas. Es tiempo de descansar, recoger los frutos y abrazar a los nuestros en una promesa de futuro y la felicidad de un mañana.
25-07-2009