Mecano de Nubes

Los márgenes de este periódico de repetidas noticias es digno soporte de lo que no es real. Anoto letras que defienden el desamor, circunstancias, sensaciones y el suceso que hoy ha perturbado mis sentidos, abriendo heridas que nunca cicatrizarán. De mañana, temprano, cuando hombres y mujeres meditan el sentido de nuevo día, empecé a caminar buscando el cromatismo en las primeras luces del alba. El eco de lo mágico y de pesadillas del resto de humanos se escapaba por las ventanas de esos nichos provisionales a manera de casas ahora baldeadas por un leve poema de agua. De forma aleatoria, en la tarea de esquivar al destino, sin orden ni concierto, cogí el tranvía de cremallera incrementando así las posibilidades de poder sentir. El camino de hierro constreñido por adoquines domesticados se encarama en una larga pendiente que va dejando atrás el suave y dulzón olor de los vivos. La despedida es continua desde la ropa colgada hacia abajo, sin jerarquías sociales y engalanando las ventanas de rejilla de madera ya abiertas que esconden las heridas de los muros. Asciendo dejando atrás las historias de las que fui partícipe, prosélito como ellos de pequeños paraísos que naufragaban con ese primer café. Las alturas limpian a la ciudad descubriéndonos su geometría, canto de cisne a la racionalidad y esfuerzos humanos por ocuparlas. Estoy en el cubículo. No quería llegar a esta parte del relato aunque he de decirte periódico, que es el sentir de una sima que volverá a tragarme. El hombre crea símbolos y demonios. Cubículo es la palabra que he encontrado en mi viejo diccionario de mano. Otros, podrían llamarlo vagón, departamento, yo que sé. Lo cierto es que el vaho de la transpiración se rompía en formas caprichosas debido al retín de los cristales sin brillo, sucios ya por una pátina de miradas y uso.
Las paradas estipuladas hacían de Gólgota forzando a hombres y mujeres con niño en brazos o de la mano a subir o apearse de forma inhumana. Nada de esto perturbaba mi apagado interés aunque algo indicaba leves cambios de mi atención. Empezaba a sentirme como un naturalista que sospecha el vago aleteo de una mariposa extraña a su crucifixión en cualquier alfiler. De entre los pensamientos que se escapan en un momento de lucidez, donde ya nada es importante, de entre los deseos olvidados que suplican algo de calor, apareciste tú. ¿Quién eres? No hay duda de que eres mujer. Tuve la sensación de que ese gusano eléctrico y ruidoso se inmovilizaba en la pendiente de tiempo. A empujones, - disculpe señora- o esbozando una cáustica sonrisa, alcancé la puerta de salida. Accioné la solicitud de parada y el rótulo luminoso fue la señal para la huida de mí mismo. Dicen que la vida puede ser un calidoscopio así, las imágenes se recrean en el dolor habido en las derrotas del alma. Tú eres el mecano, vértigo de lo que aparentemente he vivido. Sibaritismo de la vida. Te sentaré en la mesa de Anacreonte y te hablaré de la belleza de las cosas. Idea. Has despertado mi universo onírico convirtiéndote en una experiencia interior. Dejo de memorizarte y te conviertes en otra pérdida. La catedral deja paso al poder temporal magnificándose la piedra cortesana en la fortaleza palacio apostada cerca de las nubes. La tarde se retira entre la arenisca milenaria y las tejas de adobe que impermeabilizan los sueños. Comí algo hacia el mediodía mientras unos turistas con cámaras fingiendo argollas en sus cuellos me confundían con un vigilante o guía provisional. No sé cuando me senté en este banco de senectud. No hay palomas ni pretendo aliviar la fatiga de mi mente.
Es un otero donde meditar acerca de lo que no vemos en otros y quizá yo pueda adivinar. Gestos cómplices o amores despechados, historias pequeñas que giran en la espiral de lo inescrutable. Aprovecho la última página de este periódico ya caduco y arrugado para decirle que tú te sentaste cerca de mí. Al principio creí ver una alucinación provocada por mi excitación. No fue así, bajaste en la misma parada y ahora tu cara se hace nítida en el paisaje del amor ideal. Tenías un periódico en tus manos, escribiste letras rápidas en él; cruce de miradas y una leve mueca atrapada en la instantánea de tu boca. Después te fuiste atravesando mi tiempo. No queda nadie en la explanada decorada solamente por pequeños remolinos de tierra. La noche empieza a cerrarse y un laberinto de estrellas me hace perder tu rastro. Dejo mi periódico junto al tuyo sin reparar en tu caligrafía. Que otros comiencen otra historia.