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paradas estipuladas hacían de Gólgota forzando a hombres y mujerescon niño en brazos o de la mano a subir o apearse de forma inhumana.
Nada de esto perturbaba mi apagado interés aunque algo indicaba
leves cambios de mi atención. Empezaba a sentirme como un naturalista
que sospecha el vago aleteo de una mariposa extraña a su crucifixión
en cualquier alfiler.
De entre los pensamientos
que se escapan en un momento de
lucidez, donde ya nada es importante,
de entre los deseos olvidados que
suplican algo de calor, apareciste tú.
¿Quién eres? No hay duda de que
eres mujer. Tuve la sensación de que ese gusano eléctrico y ruidoso
se inmovilizaba en la pendiente de tiempo. A empujones, - disculpe
señora- o esbozando una cáustica sonrisa, alcancé la puerta de salida.
Accioné la solicitud de parada y el rótulo luminoso fue la señal para
la huida de mí mismo. Dicen que la vida puede ser un calidoscopio
así, las imágenes se recrean en el dolor habido en las derrotas del
alma. Tú eres el mecano, vértigo de lo que aparentemente he vivido.
Sibaritismo de la vida. Te sentaré en la mesa de Anacreonte y te
hablaré de la belleza de las cosas. Idea. Has despertado mi universo
onírico convirtiéndote en una experiencia interior. Dejo de memorizarte
y te conviertes en otra pérdida.
La catedral deja paso al poder temporal magnificándose la piedra
cortesana en la fortaleza palacio apostada cerca de las nubes. La tarde
se retira entre la arenisca milenaria y las tejas de adobe que
impermeabilizan los sueños. Comí algo hacia el mediodía mientras
unos turistas con cámaras fingiendo argollas en sus cuellos me
confundían con un vigilante o guía provisional. No sé cuando me
senté en este banco de senectud. No hay palomas ni pretendo aliviar
la fatiga de mi mente. Es un otero donde meditar acerca de lo que no
vemos en otros y quizá yo pueda adivinar. Gestos cómplices o amores
despechados, historias pequeñas que giran en la espiral de lo
inescrutable. Aprovecho la última página de este periódico ya caduco
y arrugado para decirle que tú te sentaste cerca de mí. Al principio
creí ver una alucinación provocada por mi excitación. No fue así,
bajaste en la misma parada y ahora tu cara se hace nítida en el paisaje
del amor ideal. Tenías un periódico en tus manos, escribiste letras
rápidas en él; cruce de miradas y una leve mueca atrapada en la
instantánea de tu boca. Después te fuiste atravesando mi tiempo. No
queda nadie en la explanada decorada solamente por pequeños
remolinos de tierra. La noche empieza a cerrarse y un laberinto de
estrellas me hace perder tu rastro. Dejo mi periódico junto al tuyo sin
reparar en tu caligrafía. Que otros comiencen otra historia.